En la modernidad presente, es casi un sacramento cristiano, hablar del libre comercio. Lo escuchamos en panel-forum, debates y cuanto congreso técnico exista. Representa simbólicamente el fluido de productos entre humanos. La extensión de la creación productiva del hombre civilizado. La materialización objetiva de las leyes del intercambio. Algo así como un semidiós griego. Enciende pasiones a flor de piel. Crea la línea invisible entre globófilos y antiglobalizadores. El credo hecho espíritu. Pero, lo real es que ese libre comercio, de un tiempo hasta esta parte, se ha convertido en una utopía, debido a las grandes restricciones de los actores con poder en el mercado mundial. Si bien es cierto, el comercio de hoy supera largamente a la actividad comercial de la edad media, esto no quiere decir que el comercio se disemina en bondad a todos los agentes comerciales. El comercio de hoy, caracterizado por el desplazamiento de artefactos, automóviles, bienes de capital y bienes de alta tecnología, son que duda cabe la transformación del comercio tradicional.
Al actual panorama, tenemos que adicionarle que son las grandes potencias quienes en la práctica imponen extensas barreras al normal funcionamiento del comercio mundial. Barreras arancelarias, cuotas a la importación, subsidios agrícolas e industriales, son formas extremas de cómo se protege a los compatriotas. Los otros no deben competir con los nuestros, por lo tanto el discurso libre-comercial no se puede sostener en la vida doméstica. Fomentamos la industria nacional y reducimos las importaciones del exterior, como una dimensión del mercantilismo del siglo XVII. Las distorsiones generadas a raíz del fenómeno, concuerdan con la poca rentabilidad de aquellos países menos industrializados o emergentes.
La idea de corregir estas anomalías, por intermedio de negociaciones en Uruguay y Doha, incrementando la apertura de los límites de los estados nacionales, asumiendo el verdadero espíritu del pensamiento liberal, haciendo un llamado a la conciencia de los partidarios de la anarquía y de las economías cerradas, el comercio mundial es una suerte de fracaso inminente. Habría que preguntarle a los del G-8, por que no quieren un acuerdo global, para echar andar la rueda de la producción y el comercio total, sin obstáculos caprichosos. ¿Por qué EE.UU, U.E, China, Japón no eliminan los subsidios?
¿No es que el comercio es libre y fluido? ¿Por qué la OMC, no puede sostener e intervenir con absoluta libertad en los asuntos? ¿Por qué cada vez las instituciones supranacionales pierden soberanía e independencia?
Al actual panorama, tenemos que adicionarle que son las grandes potencias quienes en la práctica imponen extensas barreras al normal funcionamiento del comercio mundial. Barreras arancelarias, cuotas a la importación, subsidios agrícolas e industriales, son formas extremas de cómo se protege a los compatriotas. Los otros no deben competir con los nuestros, por lo tanto el discurso libre-comercial no se puede sostener en la vida doméstica. Fomentamos la industria nacional y reducimos las importaciones del exterior, como una dimensión del mercantilismo del siglo XVII. Las distorsiones generadas a raíz del fenómeno, concuerdan con la poca rentabilidad de aquellos países menos industrializados o emergentes.
La idea de corregir estas anomalías, por intermedio de negociaciones en Uruguay y Doha, incrementando la apertura de los límites de los estados nacionales, asumiendo el verdadero espíritu del pensamiento liberal, haciendo un llamado a la conciencia de los partidarios de la anarquía y de las economías cerradas, el comercio mundial es una suerte de fracaso inminente. Habría que preguntarle a los del G-8, por que no quieren un acuerdo global, para echar andar la rueda de la producción y el comercio total, sin obstáculos caprichosos. ¿Por qué EE.UU, U.E, China, Japón no eliminan los subsidios?
¿No es que el comercio es libre y fluido? ¿Por qué la OMC, no puede sostener e intervenir con absoluta libertad en los asuntos? ¿Por qué cada vez las instituciones supranacionales pierden soberanía e independencia?