Esta es la historia a manera de crónica de José Quispe, un descendiente de los aymaras,en el sur del Perú. LLegó a la capital Lima, como todos los provincianos buscando una nueva vida y oportunidades. El día que compró su boleto de viaje en su querido Puno, entendía que su vida cambiaría allá fuera de los andes, en un paraje para él desconocido. Recuerda como en una mañana de invierno, por fin llegó a la selva de cemento, cruel y despiadada. Desde un comienzo se presentaron para él, dos problemas. Primero la búsqueda de trabajo, que no eran muchas. Después la gran discriminación racial, en una urbe devoradora que por naturaleza, le era hostil.
Encontró su primer empleo, de vigilante en un mercado de abastos, de la gran Lima.
Rápidamente le afectó, esa condición. Con sacrificio y dedicación y muchas penurias logró ahorrar dinero. Por años no pudo comprarse ropa ni tampoco comer más de lo debido. Era una voraz existencia diaria cuyo amo era el ahorro de dinero que lo podía sacar del país. En los primeros años de su estancia en Lima, tuvo que soportar el desgano e indiferencia de sus propios paisanos. Pepe Quispe decía: “El más cruel racismo, es cuando tu paisano te cholea”. Resumido así era el cholo contra e cholo.
Consiguió contactarse con unos inescrupulosos sujetos, que por 5000 dólares te llevan a los EE.UU, con una visa de ensueño. Después de varios intentos fallidos, por fin Pepe Quispe, se enfrentó a la realidad de volver a dejar amigos, familiares, recuerdos, comidas y sobre todo el terruño. Que después de esos sentimientos contradictorios en tu tierra, de exclusión, el Perú seguía latiendo en su corazón. Aún recuerda el día, en que se despidió en el aeropuerto Jorge Chávez. Con lágrimas en sus ojos, otra vez volvía a descarnarse de su país, como quién se quita la piel. La infinita transición de volver a adecuarse, hacer amigos y sobre asimilarse a una nueva realidad, le parecía otra vez un abismal calvario.
La falta de trabajo, condiciones óptimas para la vida, la indiferencia de tus hermanos y miopía de un país que tiene pocas oportunidades para los jóvenes, pesó en Pepe Quispe, a la hora de decidir que tenía que viajar a otros lares, para ganarle a la vida unos centavos de felicidad. Como en el Perú, la vida allá no era fácil. El idioma era su principal obstáculo. Además como ilegal, las oportunidades laborales se cerraban de puerta en puerta. El trabajo que pudo conseguir era otra vez era la de servicio. Y es que el Norteamericano promedio deja para los inmigrantes las tareas más domesticas y inhumanas. Pero había que sobrevivir de alguna manera. Estando en EE.UU, le venía a la mente su bandera, sus fiestas y su música que a pesar de pasar tanto tiempo martillaban su cerebro.
La vida era difícil, pero mejor que en el Perú, pensaba Pepe Quispe. Hoy lucha en las marchas en Nueva York para el reconocimiento de los inmigrantes latinos y además es parte de un grupo que lucha por la dación de una ley pro inmigración.
lunes, 26 de noviembre de 2007
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